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LA BOCA DELATA AL CORAZÓN…

Homilía del VIII Domingo del Tiempo Ordinario

“El discípulo no es superior a su maestro; pero cuando termine su aprendizaje, será como su maestro.” (Lc 6, 40).

Hoy, Jesús nos sigue instruyendo con su palabra que transforma y da vida nueva. Nos propone un camino de ubicación, que descubramos quiénes somos y que nos mueve desde el interior.

El Maestro nos invita a que “agitemos el cernidor, para que salgan las basuras de nuestra vida” (Eclo 27, 5). Y esto no siempre gusta, porque es confrontarnos con la realidad de nuestra situación y posición, por lo que puede ser mejor aparentar ser personas “perfectas”, con una vida perfecta y que no se equivoca.  ¡Esto es un gran engaño! Pensar que yo soy el protagonista y el bueno en la historia de la humanidad.

Hay tantas cosas que nos van cegando en la vida y vamos creyendo que esos formas y estilos son leyes universales para todos. Sí, podemos tener la tentación de sentirnos maestros en ciertos ámbitos, pero hemos de examinar:

¿Qué palabras transmito a otros con toda seguridad y afirmación? ¿Qué palabras llenan mi boca para convencer a los demás de lo que pienso? ¿Qué me hace pensar que siempre tengo la razón? ¿Los sentimientos de mi corazón corresponden a las palabras que salen de mi boca? ¿Me dejo enseñar por el Maestro con los ojos abiertos o prefiero ser un ciego autodidacta?

Jesús es claro. Un ciego no puede guiar a otro ciego porque caerían. El discípulo no puede dejarse engañar ni engañar a otros, tampoco puede autoengañarse. Pues cuando vive segmentando su corazón en los diferentes ámbitos de su vida cotidiana, termina por aparentar y pierde su identidad cristiana, creando una caricatura de vida y de la fe. ¡No! El discípulo está “firme, constante, trabajando siempre con fervor en la obra de Cristo” (1 Cor 15, 57), escuchando sus palabras e imitándolo.

Pues el mismo Jesús nos enseña con palabras y obras, revelándonos los misterios de su corazón. De hecho, cuando en la Escritura se habla del “corazón”, se refiere a la interioridad del ser humano, donde tienen lugar los pensamientos, sentimientos, afectos, motivaciones, actitudes. De ahí proceden palabras y obras (Mt 15,18).

Un criterio de discernimiento es “por sus frutos los conocerás” (Mt. 7, 15), si damos frutos buenos es señal de que vamos por buen camino, pero si damos frutos malos es momento de parar y retomar el camino, recobrar la identidad cristiana que hemos desfigurado en el corazón. Pues “no hay árbol bueno que produzca frutos malos, ni árbol malo que produzca frutos buenos”.  Es sencillo, es preciso, Jesús es claro: “el discípulo bueno dice cosas buenas, porque el bien está en su corazón”. Las palabras que pronuncian nuestra boca delatan lo que se esconden en el corazón: alegría, tristeza, resentimientos, amor, odio, bendición, etc.

Por ello, es tiempo de revisar el corazón, de aprender del Corazón que habla con bendición y conduce por la senda luminosa de la santificación. ¡Sí! Aprendamos del modo de Jesús nuestro maestro, que nos nutre en nuestra vida temporal hasta hacernos participar de la vida eterna.

¡Si! Que nuestro Maestro Jesús nos ayude a iluminar al mundo con la luz del Evangelio reflejada en nuestra vida, que reconozcamos nuestra necesidad de ser instruidos y así seamos discípulos suyos que se llenen la boca de palabras de Evangelio meditadas en el corazón, a ejemplo de María, discípula fiel que guardaba todas estas cosas en su corazón para ponerlas en práctica. Así sea.

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